It started with Patria wanting to be a nun. Mamá was all for having a religion in the family, but Papá did not approve in the least. More than once, he said that Patria as a nun would be a waste of a pretty girl. He only said that once in front of Mamá, but he repeated it often enough to me.
Finally, Papá gave in to Mamá. He said Patria could go away to a convent school if it wasn’t one just for becoming a nun. Mamá agreed.
So, when it came time for Patria to go down to Inmaculada Concepción, I asked Papa if I could go along. That way I could chaperone my older sister, who was already a grown-up señorita. (And she had told me all about how girls become senoritas, too.)
Papa laughed, his eyes flashing proudly at me. The others said I was his favorite. I don’t know why since I was the one always standing up to him. He pulled me to his lap and said, “And who is going to chaperone you?”
“Dedé,” I said, so all three of us could go together. He pulled a long face. “If all my little chickens go, what will become of me?”
I thought he was joking, but his eyes had their serious look. “Papá,” I informed him, “you might as well get used to it. In a few years, we’re all going to marry and leave you.”
For days he quoted me, shaking his head sadly and concluding, “A daughter is a needle in the heart.”
Mama didn’t like him saying so. She thought he was being critical because their only son had died a week after he was born. And just three years ago, Maria Teresa was bom a girl instead of a boy. Anyhow, Mama didn’t think it was a bad idea to send all three of us away. “Enrique, those girls need some learning. Look at us.” Mamá had never admitted it, but I suspected she couldn’t even read.
“What’s wrong with us?” Papá countered, gesturing out the window where wagons waited to be loaded before his warehouses. In the last few years, Papá had made a lot of money from his farm. Now we had class. And, Mama argued, we needed the education to go along with our cash.
Papa caved in again, but said one of us had to stay to help mind the store. He always had to add a little something to whatever Mamá came up with. Mama said he was just putting his mark on everything so no one could say Enrique Mirabal didn’t wear the pants in his family.
I knew what he was up to all right. When Papa asked which one of us would stay as his little helper, he looked directly at me.
I didn’t say a word. I kept studying the floor like maybe my school lessons were chalked on those boards. I didn’t need to worry. Dedé always was the smiling little miss. “I’ll stay and help, Papá.”
Papá looked surprised because really Dedé was a year older than me. She and Patria should have been the two to go away. But then, Papá thought it over and said Dedé could go along, too. So it was settled, all three of us would go to Inmaculada Concepción. Me and Patria would start in the fall, and Dedé would follow in January since Papá wanted the math whiz to help with the books during the busy harvest season.
And that’s how I got free. I don’t mean just going to sleepaway school on a train with a trunkful of new things. I mean in my head after I got to Inmaculada and met Sinita and saw what happened to Lina and realized that I’d just left a small cage to go into a bigger one, the size of our whole country.” (page 11-13)
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Empezó con Patria que quería ser monja. Mamá estaba entusiasmada con tener una religiosa en la familia, pero papá no aprobaba la idea. Más de una vez dijo que Patria monja sería un desperdicio, pues era muy bonita. Sólo lo dijo una vez delante de mamá, pero a mí me lo repitió muchas veces.
Por fin, papá cedió. Dijo que Patria podía ir a la escuela religiosa si no era sólo un convento. Mamá estuvo de acuerdo.
Así que cuando llegó el momento de que Patria fuera a la Inmaculada Concepción, le pregunté a papá si yo también podía ir. De esa manera podía acompañar y cuidar a mi hermana mayor, que ya era una señorita. (Y me había contado cómo las muchachas se hacen señoritas)
Papá se rió, y se le iluminaron los ojos de orgullo. Las otras decían que yo era su favorita. No sé por qué, pues yo era la única que le hacía frente. Me sentó en su falda
-¿y quién te cuidará a tí?-me preguntó.
-Dedé- dije, para que las tres fuéramos juntas. Él puso la cara larga.
-Si todas mis pollitas se van, ¿qué será de mí?
Pensé que estaba bromeando, pero estaba serio.
-Papá- le informé- es mejor que te acostumbres. En unos cuantos años todas nos casaremos y nos iremos.
Durante días citó mis palabras, meneando la cabeza.
-una hija es una espina en el corazón.
-A mamá no le gustaba que dijera eso. Pensaba que lo decía porque su único hijo había muerto a la semana de nacer. Y hacía sólo tres años había nacido otra niña, María Teresa, y no un varón. De todos modos, mamá no pensaba que era una mala idea enviarnos a las tres a la escuela.
– Enrique, estas niñas necesitan educación. Fíjate en nosotros.-Mamá nunca lo había admitido, pero yo sospechaba que no sabía leer.
-¿qué hay de malo con nosotros?- con un ademán papá señaló la ventana, a través de la cual se veían los carros que esperaban su carga frente a nuestro depósito. En los últimos años, papá había ganado mucho dinero con su granja. Ahora teníamos clase. Y, argumentaba mamá, necesitábamos una buena educación para acompañar nuestra fortuna.
Papá volvió a ceder, pero aclaró que una de nosotras debía quedarse para ayudar con la tienda. Siempre debía agregar algo a lo que decía mamá. Según mamá, lo hacía para que nadie dijera que Enrique Mirabal no era el que llevaba los pantalones en la familia.
Yo me di cuenta muy bien de lo que se proponía. Cuando papá nos preguntó cuál de nosotras se quedaría como su ayudante, me miró directamente a mí.
Yo no dije ni una palabra. Seguí estudiando el piso como si las lecciones de la escuela estuvieran escritas en la madera. No necesitaba preocuparme. Dedé siempre se esforzaba por complacer.
-Yo me quedaré a ayudar, papá
-Papá se mostró sorprendido porque de hecho Dedé era un año mayor que yo. Ella y Patria eran las que debían ir. Pero papá lo pensó mejor y dijo que Dedé también podía ir. Así que quedó arreglado: las tres iríamos a la Inmaculada Concepción. Patria y yo empezaríamos en el otoño, y Dedé se nos reuniría en enero, pues quería que la luz en matemática lo ayudara con los libros durante la atareada estación de la cosecha.
Y así fue como quedé en liberta. No me refiero al hecho de que fui en tren, con un baúl lleno de cosas nuevas, como pupila a una escuela. Quiero decir en mi mente, cuando llegué a la Inmaculada y conocí a Sinita y vi lo que le pasaba a Lina y me di cuenta de que acababa de abandonar una jaula pequeña para entrar en una más grande, del tamaño de nuestro país.» (11-13)
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